Snack's 1967

Una búsqueda desesperada del propósito de la vida

¿DE DÓNDE vine? ¿Y, por qué estoy aquí? ¿Qué propósito realmente tiene la vida? Yo meditaba intensamente en esas preguntas. Y de algún modo había quedado impresionado en mi mente un dicho que estimulaba mi búsqueda: “Sigan buscando, y hallarán.”

En un esfuerzo por hallar las respuestas comencé a tomar drogas psicodélicas para ensanchar mi mente y obtener discernimiento. También me enfrasqué en las religiones orientales. Esos estudios me convencieron de que tenemos un alma inmortal que sobrevive la muerte del cuerpo físico.

Al aceptar esta creencia, hallé lógica la enseñanza de ciertas religiones, de que hemos vivido antes como otras personas. Según esta enseñanza, nuestras almas han pasado por una serie de reencarnaciones. Yo quería saber acerca de mi pasado y me hicieron creer que el uso de la “ensanchadora de la mente” LSD me ayudaría a investigar.

Después de tomar las drogas me sentía atraído hacia un espejo donde me quedaba absorto por largos períodos de tiempo mirándome las pupilas de los ojos. Bajo la influencia de las drogas, las pupilas aumentaban de tamaño hasta casi llegar a ser del tamaño del iris. Después de muchos minutos de intensa observación, comenzaba a tener alucinaciones y a ver lo que creía que eran previas encarnaciones de mí mismo. Por ejemplo, me vi como un inicuo señor de la guerra y un dictador egocéntrico que fueron responsables de las muertes de miles de personas.

Una vez mientras observaba a una de esas personas inicuas en el espejo, oí una voz que decía: “¡Tendrás que sufrir por estas iniquidades que has cometido!” Fue una experiencia aterradora.

Como resultado, pensé que estaba destinado a sufrir y morir, y entonces sufrir vez tras vez en sucesivas reencarnaciones. ¡Deseaba que se pudiera evitar! Pero, ¿cómo podía negar lo que había visto y oído al atisbar dentro del espejo? A otras personas que conocía también se les hizo creer en la reencarnación por medio de esas experiencias, porque, como dicen, “ver es creer.”

Me sentía en un terrible dilema, del cual no había ninguna salida. Sin embargo continué buscando, viajando a lugares distantes y consultando a hombres reputadamente sabios. Con el tiempo, profundamente deprimido, intenté suicidarme.

Entonces sucedió algo que cambió mi perspectiva. La desesperación se convirtió en esperanza. ¿Por qué? Los detalles de mi búsqueda del propósito de la vida quizás le ayuden a comprender.

En busca de algo

Nací en Edmonton, una ciudad de buen tamaño en el Canadá occidental. Mis padres rara vez iban a la iglesia. Y las pocas veces que fui resultaron desilusionadoras. Aun de joven me preguntaba acerca del propósito de la vida, pero la iglesia no proveyó las respuestas.

Dejé la escuela secundaria en el penúltimo año, e instalé un pequeño negocio de reparación de porcelanas. En ese tiempo solo tenía dieciséis años de edad, pero disfruté de considerable éxito económico. Sin embargo, en menos de un año estaba insatisfecho y comencé a buscar en otra parte.

Los jipies parecían tener algo nuevo, y estaban apareciendo por todas partes en la década de 1960. Así es que decidí “abandonar” el establecimiento, y ocuparme en algo que tuviera que ver “con un propósito.” En poco tiempo me transformé en un jipie de cabello largo. Las drogas psicodélicas llegaron a ser una parte primordial de mi vida.

Después de tomar LSD y usar marihuana por unos pocos meses me convencí de que una sociedad “ebria,” una sociedad en la cual todos estuvieran bajo la influencia de drogas psicodélicas, era la solución para los problemas del hombre. Para mí, los jipies eran los hijos del “amor”... plenos de paz y felicidad.

Puesto que pensaba que las drogas psicodélicas eran una panacea, comencé a suministrar drogas a otros. Además, hice el voto de solo tratar con drogas psicodélicas, las cuales afectan la mente, y no drogas fuertes que aficionan el cuerpo. Las drogas psicodélicas, pensaba, podrían ayudar a una persona a obtener iluminación.

Con el dinero que gané en el negocio de reparación de porcelanas, compré grandes cantidades de drogas. Comprendiendo que lo que estaba haciendo era ilegal y que me podía costar muchos años en la cárcel, no corría riesgos. Contraté a muchachas de apariencia conservadora para que transportaran las drogas por mí, y establecí la norma de no manipular las drogas directamente. Pronto estuve ganando aproximadamente 2.000 dólares por semana.

Sin embargo, el dinero no era mi meta. Verdaderamente estaba interesado en ser iluminado en cuanto al propósito de la vida, pero las drogas no parecían estar ayudándome.

Búsqueda en las religiones orientales

Comencé a investigar las religiones orientales, dedicando días enteros a leer acerca de ocultismo, astrología, quiromancia, I Ching, budismo y otras filosofías orientales.

Convencido por estos estudios de que el alma sobrevive a la muerte, tomé una dosis de LSD siete veces más potente que la dosis regular, con la esperanza de escudriñar en mi pasado. Fue entonces que vi las visiones que consideré como escenas de mis vidas anteriores y oí la voz que decía que yo había sido un maligno asesino.

Esta experiencia aterradora señaló un punto de viraje en mi vida. Desde este momento en adelante me sentí intranquilo. No podía entender por qué había sido tan malévolo. Para entenderlo, decidí conseguir un gurú que me podría enseñar las cosas más profundas de la vida.

Peregrinajes a lugares distantes

A principios de 1970 me afeité la cabeza y tomé un avión a la India. El primer lugar al que fui fue Bodh (Buddh) Gaya, donde se supone que Buda obtuvo su iluminación. Aquí conocí a un hindú francés llamado Juan, que estaba profundamente enfrascado en la filosofía oriental. Él llegó a ser mi primer gurú.

Juntos viajamos en peregrinajes a Srinagar, Varanasi, Katmandú y muchos otros lugares. Juan me enseñó un conocimiento básico de la fe hindú. Cambié mi modo de vivir y mi apariencia. Empecé a vivir como millones de hindúes, y vestía una túnica oriental. En nuestros viajes frecuentemente encontrábamos a santones hindúes y yogis, y mientras oíamos sus historias fumábamos marihuana juntos.

Después de viajar juntos por cuatro meses Juan decidió que yo debería progresar por medio de conseguir un gurú con más conocimiento. Sin embargo, yo no estaba satisfecho con la fe hindú. Así es que fui a Dharmsala, donde residían el dalai-lama tibetano y los lamas superiores.

Aquí había un monasterio donde otros occidentales estaban estudiando el budismo tibetano. Decidí unirme a ellos. No obstante, me dio un fuerte ataque de disentería. Así es que cambié de planes y me dirigí a Europa para recibir mejor atención médica.

Al llegar a Grecia, fue admitido en un hospital. Solo pesaba 45 kilos y estaba en un estado terrible. Pero pronto me recuperé y de ahí viajé a Holanda.

Más profundo envolvimiento con el espiritismo

Una vez que dejé la India, pensé que ya habían pasado mis días de aficionado al espiritismo. Pero estaba equivocado. En Holanda conocí a un indonesio que tenía poderes sobrenaturales. Me dijo que era un gurú, y lo acepté como mi maestro. Por medio de él los espíritus obraban hazañas asombrosas, tales como adivinar el pensamiento ajeno, precognición, telepatía e hipnotismo. Pronto creí totalmente todo lo que él me decía, debido a que parecía ser tan sabio. Estaba convencido de que los espíritus realmente existían puesto que podía ver las evidencias de su poder.

Mi gurú me ofreció estos poderes, diciendo que él tenía relaciones con la región espiritual. Pero yo no estaba en busca de poder. Más bien, quería saber el propósito de la vida. Le dije que primero tenía que averiguar eso.

Sin embargo, esto no le agradó y trató de desanimarme. Me recordó lo que había visto en el espejo pocos años antes mientras había estado bajo la influencia de la LSD. Me dijo que ahora, en esta vida, tendría que segar toda la iniquidad que había sembrado en las encarnaciones anteriores. Inculcó tan profundamente este pensamiento en mi corazón que no lo podía olvidar. Me sentía acosado por los espíritus y estaba en un estado de total terror y confusión.

A principios de 1971 dejé a este gurú y me uní al templo Hare Krisna en Amsterdam, afeitando mi cabeza por segunda vez. Todos los días estudiaba el Bhagavad Gita y cantaba la mantra (oración) Hare Krisna por varias horas con la esperanza de que este cántico purificaría mi alma y le suministraría alivio de los espíritus. Pero, en cambio, éstos intensificaron su persecución. En ocasiones imploraba que se me permitiera morir sin volver a nacer jamás... para convertirme en nada.

Toda mi búsqueda parecía ser en vano. Muchos de estos adoradores de Krisna eran egocéntricos y egoístas, ofreciéndome poco consuelo y alivio. Así es que, finalmente, en la primavera de 1971 decidí regresar al Canadá.

Ningún alivio en el hogar

Al llegar a casa, me regocijé al ver otra vez a mi familia. Pero para ellos yo parecía muy extraño. Vi a mi hermano por primera vez en un año. Él, también, había cambiado grandemente.

Antes de irme para la India le había hablado acerca de la reencarnación, y en el ínterin se había absorto profundamente en esos estudios. De hecho, ahora creía que en su vida anterior había sido un ángel, y que en su actual encarnación había bajado a la Tierra para ayudar a la humanidad con los problemas mundiales. Él recibió estas “revelaciones” estando bajo la influencia de la LSD.

Todavía me sentía acosado por los espíritus. Me atormentaron hasta el punto en que pensé que estaba perdiendo el juicio. Estaba aterrorizado. Desesperadamente, continué buscando una salida. A medida que crecía mi depresión, por semanas no sonreía ni tenía un momento feliz. Por último traté de suicidarme varias veces.

Por entonces llegué a conocer a Dale, quien también había pasado por la experiencia de las drogas y estaba implicado con poderes espiritistas. Estábamos viviendo juntos en Edmonton cuando ocurrió algo que me encaminó hacia las respuestas que estaba buscando.

Una base para la esperanza

Sucedió una mañana en junio de 1971. Dale y yo habíamos estado fumando marihuana, cuando se presentó ante nuestra puerta una señora de mediana edad. Fue muy breve, porque creo que debe haber olido las drogas. Habló acerca de Dios y su propósito amoroso de establecer un reino para la bendición de la humanidad. Lo que me impresionó no fue tanto lo que dijo, sino la sinceridad de su actitud, su evidente deseo de ayudarme. Me ofreció las revistas La Atalaya y ¡Despertad! por diez centavos, y yo las acepté.

Impresionado por su sinceridad comencé a leer una de las revistas. Lentamente me sobrevino un sentimiento maravilloso; comencé a sentir alivio. ¿Por qué? Porque por primera vez empecé a creer que había una esperanza.

La revista hablaba acerca del reino de Dios, el cual había mencionado la señora. Mostraba que bajo el gobierno del Reino no habría sufrimiento humano. Pero lo que realmente me impresionó fue que se daba la indicación de que todas las personas podrían tener la oportunidad de obtener las bendiciones del reino de Dios, prescindiendo de la maldad que hubieran cometido en el pasado.

¡Esa fue una idea maravillosa para mí! Significaba, según lo entendía, que el Creador amoroso no me imputaría las cosas terribles que pensaba que había cometido en mis vidas anteriores. ¡Nadie se puede imaginar mi alivio! Me determiné a seguir investigando.

En la parte posterior de una de las revistas había un anuncio del libro La verdad que lleva a vida eterna. Llené el cupón y me dispuse a enviarlo por correo. Pero antes de hacerlo me enteré por la gente del piso de abajo que ellos habían obtenido el mismísimo libro que yo estaba por pedir y que me lo darían. A medida que comencé a leerlo, cada capítulo fortaleció mi esperanza y aliviaba mi ansiedad, especialmente los capítulos cinco y siete, “¿Dónde están los muertos?” y “¿Hay espíritus inicuos?”

Debido a las enseñanzas de las iglesias así como las de las religiones orientales, estaba convencido de que la muerte solo era la separación del alma y el cuerpo, y que el alma era liberada por la muerte para reasumir la vida en otra cosa viviente. Pero la Biblia no decía eso. Conseguí un ejemplar y lo comprobé yo mismo.

Por ejemplo, dice en Eclesiastés 9:5, 10: “Porque los que viven saben que han de morir: mas los muertos nada saben . . . Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el sepulcro, adonde tú vas, no hay obra, ni industria, ni ciencia, ni sabiduría.” (Valera) Pero, ¿no sobrevive el alma, continuando así la existencia consciente de la persona? No según la Biblia. Se me indicaron muchos versículos similares a Ezequiel 18:4, el cual dice: “El alma que pecare, esa morirá.”

Si esto es cierto, pensé, una persona no puede haber tenido vidas pasadas. ¡Esto significaba que yo no pude haber cometido esos horribles hechos que las voces decían que había cometido! ¡Y, por lo tanto, no tenía que pagar por esos hechos! Pero, ¿cuál era, entonces, la fuente de las voces y de los poderes sobrenaturales que ejercían algunas personas?

La fuente de las dificultades de la humanidad

Por supuesto, yo creía en la existencia de criaturas espíritus. Pensaba que algunos eran malos pero que la mayoría eran espíritus buenos que cuidaban de los asuntos de la Tierra. Pero ahora, al leer el capítulo “¿Hay espíritus inicuos?” comprendí que hay muchas criaturas espíritus inicuas, o demonios. Además, aprendí que la Biblia identifica a Satanás el Diablo, esa inicua persona espíritu como “el gobernante de este mundo,” así como “el dios de este sistema de cosas” que está cegando las mentes de las personas. Esto me ayudó a comenzar a entender las cosas.—Juan 12:31; 14:30; 16:11; 2 Cor. 4:4.

Era evidente que las voces que oía, así como los poderes sobrenaturales que ejercían ciertos conocidos míos, se originaban con los demonios. Empecé a percibir que estos espíritus inicuos me habían estado cegando, hasta tratando de llevarme a la autodestrucción. Y comencé a ver claramente que no eran los espíritus buenos, sino Satanás y sus demonios, quienes controlaban el mundo de la humanidad.—1 Juan 5:19.

A medida que se aclaraba mi comprensión de esto, era como si me quitaran grandes pesos de mi mente y corazón. Dejé de tomar drogas y destruí todos mis libros que trataban de ocultismo y comencé a estudiar solo la Biblia.—Hech. 19:19.

Hallando a Dios y a su pueblo

Unos pocos días más tarde algunos de nosotros nos mudamos de Edmonton a un bosque cerca de Hinton, donde construimos una cabaña de troncos. En estos alrededores pacíficos en las arboladas colinas al pie de las montañas Rocosas, me absorbí en la lectura de la Biblia así como en leer otra vez el libro La verdad que lleva a vida eterna.

Ahora comprendí que estaba llegando a conocer al Dios verdadero. Por primera vez le oré a él por su nombre Jehová. (Sal. 83:18) Oraba varias veces al día, pidiendo a Jehová más entendimiento de la verdad con respecto a la vida y su propósito. Comencé a apreciar que el mismísimo propósito de la vida debería ser servir a nuestro Creador. Pero, ¿cómo?

Observé que el libro La verdad señalaba a la necesidad de asociarse con el pueblo de Dios. Y el libro decía que estas personas eran los testigos cristianos de Jehová, proveyendo varias razones para apoyar esto. Dale observó que los testigos de Jehová frecuentemente ofrecían revistas en las esquinas de las calles en Edmonton. Así es que a la mañana siguiente nos pusimos en camino para buscarlos.

Por medio de un Testigo de edad avanzada que encontramos en la calle, supimos la dirección del Salón del Reino, donde los Testigos celebran sus reuniones. Al día siguiente asistimos a la reunión. No pude menos que quedar impresionado por el interés genuino que los Testigos demostraron en nosotros. Ellos sí manifestaban el amor que Jesús dijo que identificaría a sus seguidores verdaderos.—Juan 13:35.

Un Testigo se ofreció a estudiar gratuitamente la Biblia conmigo con regularidad. Acepté deleitado.

Realizando el propósito de la vida

En esos estudios pronto vi cómo podía servir a Dios. Es sencillamente hacer con un corazón dispuesto lo que Dios dice. Por ejemplo, su Palabra la Biblia insta: “Háganse bondadosos los unos con los otros, tiernamente compasivos, libremente perdonándose unos a otros . . . y sigan andando en amor.” (Efe. 4:32–5:2) Ahora bien, ¿no sería la vida en la Tierra algo magnífico si todos se propusieran hacer esto?

Obviamente lo sería. Muchos de nosotros los jipies también hemos estado instando a la gente amarse los unos a los otros, pero faltaba algo básico en nuestro concepto. ¿Qué era eso? Practicar lo que Jesús señaló que es el principal requisito de la Palabra de Dios, a saber: “Tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas.”—Mar. 12:30.

Sí, hemos dejado fuera el amor a Dios. Sin embargo esto debería estar en primer lugar en la vida de una persona. Y la prueba de que uno realmente lo hace es por medio de obedecer las leyes de Dios. (1 Juan 5:3) Pero nosotros los jipies no hacíamos esto; de hecho, la mayor parte de nosotros nunca supo cuales eran las leyes de Dios. Y así es que por lo general practicábamos cosas que Dios condena en la Biblia.—1 Tes. 4:3-5.

Sin embargo, también llegué a apreciar que hay más implicado en servir a Dios que el sencillamente refrenarse de violar los requisitos morales de Dios. Aprendí que se acerca un cambio mundial, que requiere un servicio especial a Dios. El tiempo ha llegado para que Dios realice su propósito de destruir a Satanás y a todo este inicuo sistema de cosas, como lo predice la Biblia: “El Dios del cielo establecerá un reino que nunca será reducido a ruinas. Y el reino mismo . . . triturará y pondrá fin a todos estos reinos, y él mismo subsistirá hasta tiempos indefinidos.”—Dan. 2:44.

Nosotros los jipies habíamos visto la necesidad de ese cambio. ¡Y ahora yo estaba muy contento de saber que Dios también la había visto! Pero había que anunciar la trituración que hará Dios de todos los gobiernos del día actual. Es por eso que Jesús dijo: “Estas buenas nuevas del reino se predicarán en toda la tierra habitada para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin [de este sistema].”—Mat. 24:14.

Pero, ¿quién hará el trabajo especial de predicar este mensaje? Bueno, ¡los que han hallado el verdadero propósito en la vida! Rápidamente me di cuenta de esto, así es que de inmediato empecé a participar en la predicación del Reino con los testigos de Jehová. Con el tiempo dediqué mi vida a servir a Jehová, y en agosto de 1972 junto con mi amigo Dale, simbolicé mi dedicación por medio de bautizarme en agua.

Muchos jóvenes tenían la costumbre de venir a nuestra casa. Así es que Dale y yo los invitábamos a las reuniones de la congregación. A veces nos acompañaban al Salón del Reino como una docena. Con el pasar del tiempo la mayor parte de ellos dejó de venir, pero otros continuaron respondiendo al mensaje del Reino. Entre éstos estuvieron mi hermano y hermana. Desde entonces ambos han sido bautizados, y ahora están sirviendo como ministros de tiempo cabal de las buenas nuevas del Reino.

Muchas veces en el transcurso de los años la gente me decía que no debía estar tan preocupado con el significado y propósito de la vida, sino que sencillamente debería vivirla. Sin embargo, en vez de prestarles atención, recordaba las palabras: “Sigan buscando, y hallarán.” Gracias a seguir este sano consejo, no solo he logrado la verdadera felicidad, sino que he tenido el privilegio de ayudar a otros a apreciar el propósito de la vida y así a realizar las bendiciones que esto trae.—Contribuido.

[Ilustración de la página 8]

Bodh (Buddh) Gaya, India

[Ilustración de la página 9]

Adoradores Hare Krisna cantando la (oración) mantra