RESURRECCIÓN
La palabra griega a·ná·sta·sis, que significa
literalmente “levantamiento; alzamiento”, se emplea con frecuencia en las
Escrituras Griegas Cristianas para referirse a la resurrección de los muertos.
El apóstol Pablo citó unas palabras de las Escrituras Hebreas —Oseas 13:14— que
indican que se abolirá la muerte y se dejará sin poder al Seol (heb. sche’óhl;
gr. hái·dēs). (1Co 15:54, 55.) Algunas versiones
traducen el término sche’óhl por “sepultura” y “hoyo”. Las Escrituras
dicen que es el lugar adonde van los muertos. (Gé 37:35; 1Re 2:6; Ec 9:10.) Los
usos de este término en las Escrituras Hebreas y los de su equivalente hái·dēs
en las Escrituras Griegas Cristianas muestran que no se refiere a una
sepultura individual, sino a la sepultura común de toda la humanidad. (Eze
32:21-32; Rev 20:13; véanse HADES; SEOL.) Dejar sin poder al Seol significaría
liberar a los que están en él, es decir, vaciar la sepultura común de la
humanidad. Por supuesto, esto requeriría una resurrección, es decir, que se
levantara de su condición inanimada de muerte o de la sepultura a los que están
allí.
Por medio de Jesucristo. Lo expuesto indica
que en las Escrituras Hebreas aparece la enseñanza de la resurrección. Sin
embargo, quedó en manos de Jesucristo el “[arrojar] luz sobre la vida y la
incorrupción mediante las buenas nuevas”. (2Ti 1:10.) Jesús dijo: “Yo soy el
camino y la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí”. (Jn 14:6.) Por
medio de las buenas nuevas acerca de Jesucristo, se aclaró cómo vendría la vida
eterna y, más aún, cómo recibirían algunos incorrupción. El
apóstol afirma que la resurrección es una esperanza segura, y arguye: “Ahora
bien, si de Cristo se está predicando que él ha sido levantado de entre los
muertos, ¿cómo dicen algunos entre ustedes que no hay resurrección de los
muertos? Realmente, si no hay resurrección de los muertos, tampoco ha sido
levantado Cristo. Pero si Cristo no ha sido levantado, nuestra predicación
ciertamente es en vano, y nuestra fe es en vano. Además, también se nos halla
falsos testigos de Dios, porque hemos dado testimonio contra Dios de que él
levantó al Cristo, pero a quien no levantó si los muertos verdaderamente
no han de ser levantados. [...] Además, si Cristo no ha sido
levantado, la fe de ustedes es inútil; todavía están en sus pecados. [...]
Sin embargo, ahora Cristo ha sido levantado de entre los muertos, las primicias
de los que se han dormido en la muerte. Pues, dado que la muerte es mediante un
hombre, la resurrección de los muertos también
es mediante un hombre”. (1Co 15:12-21.)
El propio Cristo resucitó a varias personas cuando estuvo en la
Tierra. (Lu 7:11-15; 8:49-56; Jn 11:38-44.) La resurrección seguida de vida
eterna solo será posible mediante él. (Jn 5:26.)
Un firme propósito de Dios. Jesucristo
señaló a los saduceos, una secta que no creía en la resurrección, que los
escritos de Moisés registrados en las Escrituras Hebreas —Escrituras que ellos
poseían y en las que afirmaban creer— prueban que hay una resurrección; alegó
que cuando Jehová dijo que era “el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios
de Jacob”, personajes que en realidad estaban muertos, indicó que para Él era
como si aquellos hombres estuvieran vivos, porque Él, “el Dios, no de los
muertos, sino de los vivos”, se proponía resucitarlos. Mediante su poder, Dios
“vivifica a los muertos y llama las cosas que no son como si fueran”.
Pablo subraya este hecho cuando habla de la fe de Abrahán. (Mt 22:23, 31-33; Ro
4:17.)
Dios tiene el poder de
resucitar. Para Aquel que tiene el poder de crear al hombre a su
propia imagen, con un cuerpo perfecto y con el potencial de expresar a plenitud
las maravillosas características implantadas en la personalidad humana,
no supone ningún problema insuperable resucitar a una persona. Si el
hombre puede grabar y conservar en una videocinta las imágenes y sonidos de una
escena y luego reproducirla gracias a los principios científicos que Dios ha
creado, ¡cuánto más fácil será para el gran Soberano Universal y Creador
resucitar a una persona reproduciendo la misma personalidad en un cuerpo recién
formado! Con respecto a la revivificación de las facultades reproductivas de
Sara en su edad avanzada, el ángel dijo: “¿Hay cosa alguna demasiado
extraordinaria para Jehová?”. (Gé 18:14; Jer 32:17, 27.)
Cómo surgió la necesidad de la resurrección.
En el principio no era necesaria la resurrección, no era parte del
propósito original de Dios para la humanidad, puesto que a los hombres
no se les había creado para morir. El propósito de Dios, según Él mismo
indicó, era llenar la Tierra de seres humanos vivos, no de una raza
que se deteriorara y muriera. Su obra era perfecta, y, por ende, sin defecto,
imperfección ni enfermedad. (Dt 32:4.) Jehová bendijo a la primera pareja
humana y le dijo que se multiplicara y llenara la tierra. (Gé 1:28.) Esta
bendición excluía la enfermedad y la muerte; Dios no fijó una duración
limitada de vida para el hombre, sino que le dijo que moriría si desobedecía.
De modo que si no desobedecía, viviría para siempre. Por su desobediencia,
incurriría en el disfavor de Dios, perdería su bendición y se acarrearía una
maldición. (Gé 2:17; 3:17-19.)
Por consiguiente, la muerte se introdujo en la raza humana por
la transgresión de Adán. (Ro 5:12.) Debido al pecado de su padre y a la
imperfección resultante, la descendencia de Adán no podía heredar de él la
vida eterna, ni siquiera la esperanza de vivir para siempre. Jesús dijo
que ‘un árbol podrido no puede producir fruto excelente’. (Mt
7:17, 18; Job 14:1, 2.) El concepto de la resurrección fue necesario,
o se añadió, para superar esta incapacidad que tendrían los hijos de
Adán que desearan obedecer a Dios.
El propósito de la resurrección. La
resurrección no solo muestra el poder y la sabiduría ilimitados de Jehová,
sino también su amor y misericordia, y lo vindica, además, como Aquel que
conserva la vida de los que le sirven. (1Sa 2:6.) Como tiene el poder de
resucitar, puede llegar al punto de mostrar que sus siervos le serán fieles
hasta la mismísima muerte, y puede así responder a la acusación de Satanás que
aseveraba: “Piel en el interés de piel, y todo lo que el hombre tiene lo dará
en el interés de su alma”. (Job 2:4.) Jehová puede permitir que Satanás llegue
hasta el extremo de matar a algunos en un esfuerzo vano por apoyar sus falsas
acusaciones. (Mt 24:9; Rev 2:10; 6:11.) El hecho de que los siervos de Jehová
estén dispuestos a entregar la vida en Su servicio prueba que no le sirven
por razones egoístas, sino por amor. (Rev 12:11.) También prueba que reconocen
a Jehová como el Todopoderoso, el Soberano Universal y el Dios de amor que es
capaz de resucitarlos. Prueba, en definitiva, que rinden devoción exclusiva a
Jehová por sus maravillosas cualidades, no por razones materiales
egoístas. (Considérense algunas exclamaciones de los siervos de Dios
registradas en Ro 11:33-36; Rev 4:11; 7:12.) Además, la resurrección es un
medio del que se vale Jehová a fin de que se lleve a cabo su propósito para la
Tierra, según le había declarado a Adán. (Gé 1:28.)
Esencial para la felicidad
del hombre. La resurrección de los muertos, una
bondad inmerecida de parte de Dios, es esencial para la felicidad de la
humanidad y para reparar todo el daño, sufrimiento y opresión que le ha
sobrevenido a la raza humana como resultado de la imperfección y las
enfermedades, las guerras que ha peleado, los asesinatos y las acciones
inhumanas cometidas por los inicuos a instigación de Satanás el Diablo. No podemos
ser totalmente felices si no creemos en una resurrección. El apóstol Pablo
expresó este sentimiento en las siguientes palabras: “Si solo en esta vida
hemos esperado en Cristo, de todos los hombres somos los más dignos de
lástima”. (1Co 15:19.)
¿Cuándo se dio por primera vez
la esperanza de la resurrección? Después que
Adán pecó y como consecuencia se acarreó la muerte a sí mismo y la introdujo
entre sus futuros descendientes, Dios dijo a la serpiente: “Y pondré enemistad
entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y la descendencia de ella. Él te
magullará en la cabeza y tú le magullarás en el talón”. (Gé 3:15.)
El que causó originalmente
la muerte tiene que ser
eliminado. Jesús dijo a los judíos religiosos que se oponían a
él: “Ustedes proceden de su padre el Diablo, y quieren hacer los deseos de su
padre. Ese era homicida cuando principió, y no permaneció firme en la
verdad, porque la verdad no está en él”. (Jn 8:44.) Estas palabras prueban
que fue el Diablo quien habló por medio de la serpiente, y que fue un homicida
desde el principio de su proceder mentiroso y diabólico. En la visión que
posteriormente Cristo dio a Juan, reveló que a Satanás el Diablo también se le
llama “la serpiente original”. (Rev 12:9.) Satanás se apoderó de la humanidad, pues
al inducir a Adán a rebelarse contra Dios, consiguió tener bajo su influencia a
los hijos de Adán. De modo que en la primera profecía, registrada en Génesis
3:15, Jehová dio la esperanza de que esta serpiente sería eliminada. (Compárese
con Ro 16:20.) No solo se aplastará a Satanás la cabeza, sino que se
desbaratarán, destruirán o desharán todas sus obras. (1Jn 3:8; NM, BAS,
CI.) El cumplimiento de esta profecía exige que se anule la muerte
adámica, lo que implica una resurrección de los descendientes de Adán que están
en el Seol (Hades) como resultado de los efectos heredados del pecado. (1Co
15:26.)
La esperanza de libertad
implica una resurrección. El apóstol
Pablo habla de la situación que Dios permitió que existiese después que el
hombre pecó, así como del propósito que tuvo al permitirla: “Porque la creación
fue sujetada a futilidad [por haber nacido todos en pecado y haber sido
condenados a la muerte], no de su propia voluntad [a los hijos de Adán se
les trajo al mundo en esta situación, aunque no lo habían elegido ni
podían cambiar lo que Adán había hecho], sino por aquel [Dios, en su sabiduría]
que la sujetó, sobre la base de la esperanza de que la creación misma también
será libertada de la esclavitud a la corrupción y tendrá la gloriosa libertad
de los hijos de Dios”. (Ro 8:20, 21; Sl 51:5.) Con el fin de experimentar
el cumplimiento de esta esperanza de gloriosa libertad, los que han muerto
tendrían que ser resucitados, libertados de la muerte y de la sepultura. Así
que mediante su promesa de una “descendencia” venidera que aplastaría la cabeza
de la serpiente, Dios colocó una maravillosa esperanza ante la humanidad.
(Véase DESCENDENCIA, SEMILLA.)
El fundamento de la fe
de Abrahán. Del registro bíblico se desprende que
cuando Abrahán intentó ofrecer a su hijo Isaac, tenía fe en el poder y el
propósito de Dios de levantar a los muertos. Como se declara en Hebreos
11:17-19, recibió a Isaac de entre los muertos “a manera de ilustración”. (Gé
22:1-3, 10-13.) El fundamento de la fe de Abrahán en una resurrección era la
promesa que Dios le había hecho en cuanto a la “descendencia”. (Gé 3:15.)
Además, tanto Abrahán como Sara ya habían experimentado algo comparable a una
resurrección cuando Dios revivificó sus facultades reproductivas. (Gé 18:9-11;
21:1, 2, 12; Ro 4:19-21.) Job expresó una fe similar al decir cuando
sufría intensamente: “¡Oh que en el Seol me ocultaras, [...] que me
fijaras un límite de tiempo y te acordaras de mí! Si un hombre físicamente
capacitado muere, ¿puede volver a vivir? [...] Tú llamarás, y yo mismo te
responderé. Por la obra de tus manos sentirás anhelo”. (Job 14:13-15.)
Resurrecciones anteriores al rescate.
Los profetas Elías y Eliseo resucitaron a algunas personas. (1Re 17:17-24; 2Re
4:32-37; 13:20, 21.) Sin embargo, los resucitados volvieron a morir, al
igual que les ocurrió a los que resucitó Jesús cuando estuvo en la Tierra y a
los que posteriormente resucitaron los apóstoles. Esto muestra que la
resurrección no siempre es para vida eterna.
Puesto que Jesús había resucitado a su amigo Lázaro, es posible
que este estuviera vivo para el Pentecostés de 33 E.C., cuando se derramó el
espíritu santo y se ungió y engendró por espíritu (Hch 2:1-4, 33, 38) a
los primeros en recibir el llamamiento celestial. (Heb 3:1.) Aunque la resurrección
de Lázaro fue parecida a la que realizaron los profetas Elías y Eliseo,
probablemente le dio la oportunidad de recibir una resurrección como la de
Cristo, que de otro modo no hubiera tenido. ¡Cuánto amor demostró Jesús
con esta acción! (Jn 11:38-44.)
“Una resurrección mejor.” Pablo
dice sobre ciertas personas fieles de tiempos antiguos: “Hubo mujeres que
recibieron a sus muertos por resurrección; pero otros hombres fueron
atormentados porque rehusaron aceptar la liberación por algún rescate, con el
fin de alcanzar una resurrección mejor”. (Heb 11:35.) Estos hombres demostraron
su fe en la esperanza de la resurrección, pues sabían que la vida que tenían en
aquel tiempo no era lo más importante. La resurrección que
estas y otras personas experimentaron mediante Cristo tiene lugar después
de la resurrección de este y su comparecencia en el cielo ante su Padre con el
valor de su sacrificio de rescate. En ese tiempo, recompró el derecho a la vida
de la raza humana, y pasó a ser el “Padre Eterno” en potencia. (Heb 9:11,
12, 24; Isa 9:6.) Él es “un espíritu dador de vida”. (1Co 15:45.) Tiene
“las llaves de la muerte y del Hades [Seol]”. (Rev 1:18.) Con la autoridad que
ahora tiene de conceder vida eterna, al debido tiempo de Dios llevará a
cabo una “resurrección mejor”, pues los que la experimenten podrán vivir para
siempre, sin que tengan que volver a morir inevitablemente. Si son obedientes,
continuarán viviendo.
Resurrección celestial. A Jesucristo se le llama “el
primogénito de entre los muertos” (Col 1:18), porque fue el primero en ser
resucitado para vida eterna. Su resurrección fue “en el espíritu”, es decir,
para vivir en el cielo. (1Pe 3:18.) Además, cuando se le resucitó, se le
concedió una forma superior de vida y una posición superior a la que había tenido
en los cielos antes de venir a la Tierra. Recibió inmortalidad e incorrupción,
algo que ninguna criatura carnal puede tener, y fue hecho “más alto que los
cielos”, para ocupar, después de Jehová Dios, la posición más alta del
universo. (Heb 7:26; 1Ti 6:14-16; Flp 2:9-11; Hch
2:34; 1Co 15:27.) Fue el propio Jehová Dios quien lo resucitó. (Hch 3:15; 5:30; Ro
4:24; 10:9.)
Sin embargo, durante los cuarenta días que siguieron a su
resurrección, Jesús se apareció a sus discípulos en diferentes ocasiones y con
diversos cuerpos carnales, tal como algunos ángeles habían hecho para
aparecerse a ciertos hombres de tiempos antiguos. Al igual que aquellos
ángeles, Jesús tenía el poder de formar y desintegrar esos cuerpos a voluntad
con el fin de probar visiblemente que había sido resucitado. (Mt 28:8-10,
16-20; Lu 24:13-32, 36-43; Jn 20:14-29; Gé 18:1, 2; 19:1; Jos 5:13-15; Jue
6:11, 12; 13:3, 13.) Las muchas veces que se apareció, especialmente
aquella en la que se manifestó ante más de 500 personas, constituyen un
testimonio convincente de que verdaderamente resucitó. (1Co 15:3-8.) Por ello,
su resurrección está muy bien atestiguada y proporciona “a todos los hombres
una garantía” de que en el futuro habrá un día de juicio o ajuste de cuentas.
(Hch 17:31.)
La resurrección de los “hermanos”
de Cristo. Los que son “llamados y escogidos y
fieles”, seguidores de las pisadas de Cristo, sus “hermanos”, que han sido
engendrados espiritualmente como “hijos de Dios”, han recibido la promesa de
una resurrección como la de Cristo. (Rev 17:14; Ro
6:5; 8:15, 16; Heb 2:11.) El apóstol Pedro escribió lo siguiente a sus compañeros
cristianos: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, porque,
según su gran misericordia, nos dio un nuevo nacimiento a una esperanza viva
mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, a una herencia
incorruptible e incontaminada e inmarcesible. Está reservada en los cielos para
ustedes”. (1Pe 1:3, 4.)
Pedro también dijo que la esperanza que poseen son “preciosas y
grandiosísimas promesas, para que por estas [...] lleguen a ser partícipes
de la naturaleza divina”. (2Pe 1:4.) Los “hermanos” de Cristo tienen que
experimentar un cambio de naturaleza, de humana a “divina”, a fin de participar
con él en su gloria. Han de pasar por una muerte como la de Cristo —manteniendo
integridad y renunciando para siempre a la vida humana— para luego recibir por
medio de la resurrección un cuerpo inmortal e incorruptible como el de él. (Ro 6:3-5; 1Co 15:50-57; 2Co 5:1-3.) El apóstol Pablo explica que no se
resucita el cuerpo; asemeja esa experiencia a una semilla que se planta
y brota, pues “Dios le da un cuerpo así como le ha agradado”. (1Co 15:35-40.)
Dios resucita al alma, a la persona, con un cuerpo adecuado para el
ámbito en el que resucita.
En el caso de Jesucristo, entregó su vida humana como sacrificio
de rescate en beneficio de la humanidad. El escritor cristiano del libro de
Hebreos aplica a Jesús el Salmo 40, y dice que cuando vino al “mundo” como el
Mesías de Dios, dijo: “Sacrificio y ofrenda no quisiste, pero me
preparaste un cuerpo”. (Heb 10:5.) El propio Jesús comentó: “De hecho,
el pan que yo daré es mi carne a favor de la vida del mundo”. (Jn 6:51.) De
esto se desprende que Cristo no podía volver a recibir su cuerpo cuando
resucitase y retirar así el sacrificio que había ofrecido a Dios en favor de
los hombres. Además, ya no tenía que vivir más en la Tierra. Su “casa”
está en los cielos, con su Padre, quien no es de carne, sino un espíritu.
(Jn 14:3; 4:24.) Por lo tanto, Jesucristo recibió un glorioso cuerpo inmortal e
incorruptible, porque “él es el reflejo de [la] gloria [de Jehová] y la
representación exacta de su mismo ser, y sostiene todas las cosas por la
palabra de su poder; y después de haber hecho una purificación por nuestros
pecados se sentó a la diestra de la Majestad en lugares encumbrados. De modo
que ha llegado a ser mejor que los ángeles [que son poderosas personas
celestiales], al grado que ha heredado un nombre más admirable que el de
ellos”. (Heb 1:3, 4; 10:12, 13.)
Los hermanos fieles de Cristo, que se unen a él en los cielos,
renuncian a la vida humana. El apóstol Pablo muestra que habrán de tener un
nuevo cuerpo transformado, o amoldado, para su nueva existencia: “En cuanto a
nosotros, nuestra ciudadanía existe en los cielos, lugar de donde también
aguardamos con intenso anhelo a un salvador, el Señor Jesucristo, que amoldará
de nuevo nuestro cuerpo humillado para que se conforme a su
cuerpo glorioso, según la operación del poder que él tiene”. (Flp
3:20, 21.)
Cuándo acontece la resurrección
celestial. La resurrección celestial de los coherederos de Cristo
da comienzo después que Jesucristo regresa en gloria celestial para dar
atención, en primer lugar, a sus hermanos espirituales. Al propio Cristo se le
llama “las primicias de los que se han dormido en la muerte”. Luego Pablo dice
que cada uno será resucitado según su propia categoría: “Cristo las primicias,
después los que pertenecen al Cristo durante su presencia”. (1Co
15:20, 23.) Estos, como “la casa de Dios”, han estado bajo juicio durante
su derrotero de vida cristiano, empezando con los primeros de ellos en
Pentecostés. (1Pe 4:17.) Son “ciertas [literalmente, “algunas”]
primicias”. (Snt 1:18, Besson; Rev 14:4.) A Jesucristo se le
puede comparar a las primicias de la cebada que los israelitas ofrecían el
16 de Nisán (“Cristo las primicias”), y a sus hermanos espirituales como
“primicias” (“ciertas primicias”) se les puede comparar a las primicias del
trigo que se ofrecían en el día del Pentecostés, el día quincuagésimo a partir
del 16 de Nisán. (Le 23:4-12, 15-20.)
Como los fieles ungidos han estado bajo juicio, cuando Cristo
regresa es el tiempo para darles la recompensa, como prometió a sus once
apóstoles fieles la noche antes de morir: “Voy a preparar un lugar para
ustedes. También, [...] vengo otra vez y los recibiré en casa a mí mismo,
para que donde yo estoy también estén ustedes”. (Jn 14:2, 3; Lu 19:12-23;
compárese con 2Ti 4:1, 8; Rev 11:17, 18.)
“Las bodas del Cordero.”
A estos cristianos como cuerpo se les llama su “esposa” (en perspectiva). (Rev
21:9.) Están prometidos a él en matrimonio y deben ser resucitados para vida en
los cielos a fin de tomar parte en “las bodas del Cordero”. (2Co 11:2; Rev
19:7, 8.) Esta era la resurrección que esperaba el apóstol Pablo, una
resurrección celestial. (2Ti 4:8.) Para el tiempo de la “presencia” de Cristo,
todavía están en la Tierra algunos de sus hermanos espirituales, “invitados a
la cena de las bodas del Cordero”, pero los de ese grupo que ya han muerto
reciben el galardón en primer lugar por medio de una resurrección. (Rev 19:9.)
Este hecho se explica en 1 Tesalonicenses 4:15, 16: “Porque esto les
decimos por palabra de Jehová: que nosotros los vivientes que sobrevivamos
hasta la presencia del Señor no precederemos de ninguna manera a los que
se han dormido en la muerte; porque el Señor mismo descenderá del cielo con una
llamada imperativa, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, y los que están
muertos en unión con Cristo se levantarán primero”.
Pablo añade a continuación: “Después nosotros los vivientes que
sobrevivamos seremos arrebatados, juntamente con ellos, en nubes al encuentro
del Señor en el aire; y así siempre estaremos con el Señor”. (1Te 4:17.) De
modo que cuando la muerte da fin a su carrera fiel en la Tierra, los restantes
invitados a “la cena de las bodas del Cordero” son resucitados inmediatamente
para unirse a sus compañeros de la clase de la novia en los cielos. No se
‘duermen en la muerte’ en el sentido de tener que aguardar su resurrección durante
un largo sueño, como fue el caso de los apóstoles, sino que cuando mueren, son
“cambiados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, durante la última
trompeta. Porque sonará la trompeta, y los muertos serán levantados
incorruptibles, y nosotros seremos cambiados”. (1Co 15:51, 52.) De todos
modos, “las bodas del Cordero” no tendrán lugar hasta después que se haya
ejecutado juicio sobre “Babilonia la Grande”. (Rev 18.) Tras describir la
destrucción de esta “gran ramera”, Revelación 19:7 dice: “Regocijémonos y
llenémonos de gran gozo, y démosle la gloria, porque han llegado las bodas del
Cordero, y su esposa se ha preparado”. Una vez que todos los 144.000 sean
finalmente aprobados y “sellados” como fieles y resucitados a los cielos, las
bodas podrán realizarse.
Primera resurrección. En Revelación 20:5, 6 se
llama “primera resurrección” a la resurrección de los que reinarán con Cristo.
El apóstol Pablo también se refiere a ella como “la resurrección más temprana
de entre los muertos [literalmente, la fuera-resurrección la fuera de los
muertos]”. (Flp 3:11, NM; Rotherham
[en inglés]; Int.) La obra Imágenes verbales en el
Nuevo Testamento (de Robertson, 1989, vol. 4, pág. 603) dice
sobre la expresión que Pablo utiliza en este versículo: “Aparentemente, Pablo
está aquí pensando sólo [en] la resurrección de los creyentes de entre los
muertos, empleando por ello un doble ex [fuera] (tēn exanastasin
tēn ek nekrōn). Pablo no está
negando una resurrección general con este lenguaje, pero destaca la de los
creyentes”. La obra Commentaries (de Charles Ellicott, 1865,
vol. 2, pág. 87) hace la siguiente observación sobre Filipenses 3:11:
“La resurrección de los muertos: i. e., como sugiere el contexto, la primera
resurrección (Rev. XX. 5), cuando, en el advenimiento del Señor, los
muertos en Él se levantarán primero (1Tesalon. IV. 16), y los vivos
serán arrebatados para encontrarse con él en las nubes
(1Tes. IV. 17); compárese con Lucas XX. 35. La primera
resurrección incluirá solo a los verdaderos creyentes, y al parecer precederá
en el tiempo a la segunda, la de los no creyentes e incrédulos. [...]
Está fuera de lugar en este pasaje toda referencia a una resurrección meramente
de tipo ético (Cocceius)”. Como uno de los significados básicos de la palabra e·xa·ná·sta·sis
es la “acción de levantarse [de la cama por la mañana]”, puede significar muy
bien una resurrección que ocurre temprano o, con otras palabras, “la primera
resurrección”. La traducción inglesa de Rotherham lee en Filipenses 3:11: “Si
de algún modo puedo adelantar a la resurrección más temprana que es de entre
los muertos”.
Resurrección terrestre. Mientras Jesús colgaba del madero, uno
de los malhechores que estaban junto a él comentó que Jesús no merecía tal
castigo, y a continuación le solicitó: “Acuérdate de mí cuando entres en tu
reino”. Jesús respondió: “Verdaderamente te digo hoy: Estarás conmigo en el
Paraíso”. (Lu 23:42, 43.) Jesús le estaba diciendo en realidad: ‘En este
día sombrío, cuando el que yo pretenda tener un reino parece muy improbable, tú
expresas fe. Efectivamente, cuando yo entre en mi reino, me acordaré de ti’.
(Véase PARAÍSO.) Esta promesa hacía necesario que el malhechor resucitase. Este
hombre no era un fiel seguidor de Jesucristo. Había tenido una mala
conducta, había transgredido la Ley, por lo que merecía la pena de muerte. (Lu
23:40, 41.) De modo que no podía esperar que fuese a recibir la
primera resurrección. Además, murió cuarenta días antes de que Jesús ascendiera
al cielo y, por lo tanto, antes del Pentecostés, que se celebró diez días
después de la ascensión y fue cuando Dios ungió por medio de Jesús a las
primeras personas que recibirían la resurrección celestial. (Hch 1:3;
2:1-4, 33.)
Jesús dijo que el malhechor estaría en el Paraíso. Esa palabra
significa “parque; jardín o finca de recreo”. En Génesis 2:8, la Septuaginta
traduce la palabra hebrea para “jardín” (gan) por la griega pa·rá·dei·sos.
El paraíso en el que estará el malhechor no es el “paraíso de Dios” que se
promete en Revelación 2:7 “al que venza”, pues el malhechor no había
vencido al mundo con Jesucristo. (Jn 16:33.) Por consiguiente, el malhechor
no será miembro del Reino celestial (Lu 22:28-30), sino que será un
súbdito de ese Reino cuando los que experimentan la “primera resurrección” se
sienten sobre tronos para gobernar con Cristo mil años en calidad de reyes
establecidos de Dios y de Cristo. (Rev 20:4, 6.)
‘Los justos y los injustos.’
El apóstol Pablo dijo a un grupo de judíos que también abrigaban la esperanza
de la resurrección: “Va a haber resurrección así de justos como de injustos”.
(Hch 24:15.)
La Biblia muestra con claridad quiénes son los “justos”. Los
primeros en ser declarados justos son los que van a recibir una resurrección
celestial. (Ro 8:28-30.)
La Biblia también llama justos a hombres fieles de la
antigüedad, como Abrahán. (Gé 15:6; Snt 2:21.) Muchos de estos hombres se
encuentran en la lista del capítulo 11 de Hebreos, y el escritor dice de ellos:
“Y, no obstante, todos estos, aunque recibieron testimonio por su fe,
no obtuvieron el cumplimiento de la promesa, puesto que Dios previó algo
mejor para nosotros, para que ellos no fueran perfeccionados aparte de
nosotros”. (Heb 11:39, 40.) De modo que se les perfeccionará después que
se perfeccione a los que tienen parte en “la primera resurrección”.
Después está la gran muchedumbre, de la que se habla en el
capítulo 7 de Revelación, cuyos integrantes no forman parte de los 144.000
“sellados”, y por consiguiente no tienen la “prenda” del espíritu al
no haber sido engendrados por él. (Ef 1:13, 14; 2Co 5:5.) Las
Escrituras dicen que “salen de la gran tribulación” como sobrevivientes de
ella, lo que permite ubicar el recogimiento de este grupo en los últimos días,
poco antes de esa tribulación. Estas personas son justas por fe, y están
vestidas con largas ropas blancas lavadas en la sangre del Cordero. (Rev 7:1,
9-17.) No será necesario resucitarlas como clase, pero Dios resucitará a
su debido tiempo a los fieles de ese grupo que mueran antes de la gran
tribulación.
Además, hay muchos “injustos” enterrados en el Seol (Hades), el
sepulcro común de la humanidad, o en “el mar”, bajo las aguas. En Revelación
20:12, 13 se habla del juicio de estos y de los “justos” a los que se
resucita en la Tierra. “Y vi a los muertos, los grandes y los pequeños, de pie delante
del trono, y se abrieron rollos. Pero se abrió otro rollo; es el rollo de la
vida. Y los muertos fueron juzgados de acuerdo con las cosas escritas en los
rollos según sus hechos. Y el mar entregó los muertos que había en él, y la
muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos, y fueron juzgados
individualmente según sus hechos.”
Cuándo acontece la resurrección
terrestre. Este juicio se ubica en la Biblia durante el reinado
milenario de Cristo y sus reyes y sacerdotes asociados. El apóstol Pablo dijo
que estos “juzgarán al mundo”. (1Co 6:2.) “Los grandes y los pequeños”,
personas de toda condición, estarán allí para ser juzgados imparcialmente. Se
les juzgará “de acuerdo con las cosas escritas en los rollos” que se abrirán
entonces. Estos no pueden referirse al registro de su vida pasada ni a un
conjunto de normas con el que juzgar los hechos de su vida pasada. Como el
“salario que el pecado paga es muerte”, estas personas ya habrán saldado con su
muerte sus pecados pasados. (Ro 6:7, 23.) Entonces se les resucitará a fin
de que puedan demostrar su actitud hacia Dios y si desean beneficiarse del
sacrificio de rescate de Jesucristo para toda la humanidad. (Mt 20:28; Jn
3:16.) Aunque no se les contarán sus pecados pasados, necesitarán el rescate
para ser elevados a la perfección. Tendrán que cambiar su modo de pensar y
vivir anterior y amoldarlo a la voluntad y disposiciones divinas para la Tierra
y su población. Por ello, “los rollos” deberán contener la voluntad y la ley de
Dios para ellos durante el Día de Juicio, y su fe y obediencia a las
instrucciones escritas en estos rollos suministrarán la base para el juicio y
para al fin escribir sus nombres indeleblemente en el “rollo de la vida”.
Resurrección para vida y para juicio.
Jesús dio esta consoladora seguridad a la humanidad: “La hora viene, y ahora
es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan hecho
caso vivirán. [...] No se maravillen de esto, porque viene la hora en
que todos los que están en las tumbas conmemorativas oirán su voz y saldrán,
los que hicieron cosas buenas a una resurrección de vida, los que practicaron
cosas viles a una resurrección de juicio”. (Jn 5:25-29.)
Un juicio de condenación.
En las susodichas palabras de Jesús, “juicio” traduce el término griego krí·sis.
El helenista Parkhurst, en su obra A Greek and English
Lexicon to the New Testament (Londres, 1845,
pág. 342), da los siguientes significados para krí·sis en las Escrituras
Griegas Cristianas: “I. Juicio; [...] II. Juicio, justicia,
Mat. XXIII. 23. Comp. con XII. 20; [...] III. Sentencia
condenatoria, condenación, perdición. Marcos III. 29;
Juan V. 24, 29; [...] IV. La causa o base
de condenación o castigo. Juan III. 19; V. Un
determinado tribunal de justicia de los
judíos. [...] Mat. V. 21, 22”.
Si Jesús hubiera tenido presente un juicio que podría resultar
en vida al hablar de una resurrección de juicio, no habría habido ningún
contraste entre esta y la “resurrección de vida”. Por lo tanto, el contexto
indica que por “juicio” Jesús se refería a un juicio con sentencia
condenatoria.
Los “muertos” que oyeron
hablar a Jesús cuando estuvo
en la Tierra. Cuando examinamos las
palabras de Jesús, notamos que algunos de los “muertos” estaban escuchando su
voz mientras hablaba. Pedro usó un lenguaje similar cuando dijo: “De hecho, con
este propósito las buenas nuevas fueron declaradas también a los muertos,
para que fueran juzgados en cuanto a la carne desde el punto de vista de los
hombres, pero vivieran en cuanto al espíritu desde el punto de vista de Dios”.
(1Pe 4:6.) Esto es así porque los que escuchaban a Cristo estaban ‘muertos en
ofensas y pecados’ antes de oírle, pero empezarían a ‘vivir’ espiritualmente al
ejercer fe en las buenas nuevas. (Ef 2:1; compárese con Mt 8:22; 1Ti 5:6.)
Juan 5:29 se refiere
al fin de un período
de juicio. Para comprender bien en qué momento se
sitúan la ‘resurrección de vida y la resurrección de juicio’ de que habló
Jesús, es muy importante recordar lo que dijo un poco antes en ese mismo
contexto respecto a los que vivían entonces y que estaban muertos
espiritualmente (como se explica en el subtema ‘Pasar de muerte a vida’). Dijo:
“La hora viene, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y
los que hayan hecho caso [literalmente, “los que hayan
oído”] vivirán”. (Jn 5:25, Int.) Esto indica que no hablaba de los
que oyeran audiblemente su voz, sino, más bien, de ‘los que habían oído’, es
decir, los que después de oír, aceptaron como verdad lo que habían oído. Los
términos “oír” y “escuchar” se usan con mucha frecuencia en la Biblia con el
significado de “hacer caso” u “obedecer”. (Véase OBEDIENCIA.) Los que resulten
ser obedientes vivirán. (Compárese con el uso del mismo término griego [a·kóu·ō],
“oír” o “escuchar”, como en Jn 6:60; 8:43, 47; 10:3, 27.) No se
les juzga teniendo en cuenta lo que hicieron antes de oír su voz, sino
lo que hicieron después de oírla.
Por lo tanto, cuando Jesús habló de “los que hicieron cosas
buenas” y de “los que practicaron cosas viles”, se debía estar colocando al
final del período de juicio, como si mirase atrás en retrospección o en repaso
de las acciones de estos resucitados después de tener la oportunidad de
obedecer o desobedecer las “cosas escritas en los rollos”. Solo al final del
período de juicio se demostraría quién había hecho bien o mal. El resultado
para “los que hicieron cosas buenas” (según las “cosas escritas en los rollos”)
sería la recompensa de vida; para “los que practicaron cosas viles”, un juicio
con sentencia condenatoria. De modo que la resurrección habría resultado ser de
vida o de condenación.
En la Biblia es frecuente hablar de cosas como si ya se hubieran
cumplido, verlas retrospectivamente, desde la óptica de su realización.
No en vano Dios es “Aquel que declara desde el principio el final, y desde
hace mucho las cosas que no se han hecho”. (Isa 46:10.) Así lo hace Judas
cuando dice sobre ciertos hombres que se habían introducido en la congregación:
“¡Ay de ellos, porque han ido en la senda de Caín, y por la paga se han
precipitado en el curso erróneo de Balaam, y han perecido
[literalmente, “se destruyeron”] en el habla rebelde de Coré!”. (Jud 11.)
Algunas profecías emplean lenguaje similar. (Compárese con Isa 40:1, 2;
46:1; Jer 48:1-4.)
Por consiguiente, en Juan 5:29 no se hace referencia al
mismo asunto que en Hechos 24:15, donde Pablo habla de la resurrección de
‘justos y de injustos’. Pablo alude claramente a los que han tenido una
posición justa o injusta delante de Dios durante esta vida,
y que serán resucitados. Ellos son “los que están en las tumbas
conmemorativas”. (Jn 5:28; véase TUMBA CONMEMORATIVA.) En Juan 5:29, Jesús
habla de esas personas después que salen de las tumbas conmemorativas y después
que, por su proceder durante el reinado de Jesucristo y sus reyes y sacerdotes
asociados, hayan resultado ser obedientes, con la “vida” eterna como
recompensa, o desobedientes y, por lo tanto, merecedores de “juicio [de
condenación]” de parte de Dios.
La recuperación del alma del Seol.
El rey David de Israel escribió: “Preveía al Señor delante de mí continuamente;
porque está a mi diestra, para que yo no sea conmovido [...] y además
también mi carne residirá en esperanza. Porque no dejarás mi alma en el
Hades, ni permitirás que tu Santo vea la corrupción”. (Sl
15:8-11, LXX [16:8-11 NM].) En el día del Pentecostés del año 33 E.C., el
apóstol Pedro aplicó este salmo a Jesucristo cuando explicó a los judíos la
verdad sobre su resurrección. (Hch 2:25-31.) Por consiguiente, tanto las Escrituras
Hebreas como las Griegas muestran que el “alma” de Jesucristo resucitó. Fue
“muerto en la carne, pero hecho vivo en el espíritu”. (1Pe 3:18.) “Carne y
sangre no pueden heredar el reino de Dios” (1Co 15:50), lo que también
excluye carne y huesos, que no tienen vida a menos que tengan sangre. Esto
se debe a que en ella está el “alma”, es decir, que es necesaria para la vida
de la criatura carnal. (Gé 9:4.)
Las Escrituras muestran sin ambages que no hay un “alma
inmaterial” separada y distinta del cuerpo. El alma muere cuando muere el
cuerpo. Hasta de Jesucristo está escrito que “derramó su alma hasta la
mismísima muerte”. Su alma estaba en el Seol. Él no existía como alma o
persona durante ese tiempo. (Isa 53:12; Hch 2:27; compárese con Eze 18:4; véase
ALMA.) Por consiguiente, en la resurrección no se efectúa ninguna unión
entre alma y cuerpo. Sin embargo, la persona ha de tener un cuerpo, sea
espiritual o terrestre, pues todas las personas, tanto celestiales como
terrestres, poseen un cuerpo. Para que vuelva a ser una persona, el que ha
muerto debe tener un cuerpo, sea físico o espiritual. La Biblia dice: “Si hay
cuerpo físico, también lo hay espiritual”. (1Co 15:44.)
Pero, ¿vuelven a juntarse las células del cuerpo anterior en la
resurrección? ¿Es acaso una reproducción exacta del cuerpo anterior, hecho
precisamente tal como era cuando la persona murió? Las Escrituras responden de
manera negativa cuando hablan de la resurrección de los hermanos ungidos de
Cristo: “No obstante, alguien dirá: ‘¿Cómo han de ser levantados los muertos?
Sí, ¿con qué clase de cuerpo vienen?’. ¡Persona irrazonable! Lo que siembras
no es vivificado a menos que primero muera; y en cuanto a lo que siembras,
no siembras el cuerpo que se desarrollará, sino un grano desnudo, sea de trigo
o cualquiera de los demás; pero Dios le da un cuerpo así como le ha agradado, y
a cada una de las semillas su propio cuerpo”. (1Co 15:35-38.)
Los que alcanzan la herencia celestial reciben un cuerpo
espiritual, pues Dios se complace en que tengan cuerpos que correspondan al
ámbito celestial. Pero ¿qué cuerpo reciben aquellos a quienes Jehová se deleita
en dar una resurrección terrestre? No podría ser el mismo cuerpo, con
exactamente los mismos átomos. Cuando una persona muere y es enterrada, el proceso
de descomposición convierte el cuerpo en elementos químicos orgánicos que la
vegetación absorbe. Cabe la posibilidad de que otras personas coman de esa
vegetación, de modo que los elementos, los átomos de la persona muerta, pueden
estar en otras muchas personas. Es obvio que cuando se produzca la
resurrección, esos mismos átomos no podrán estar en la persona resucitada
y en todas las demás al mismo tiempo.
El cuerpo resucitado tampoco tiene por qué ser una copia exacta
del cuerpo al momento de la muerte. Si el cuerpo de una persona antes de morir
estaba mutilado, ¿volverá de la misma manera? Sería irrazonable, porque pudiera
darse el caso de que no estuviera ni siquiera en condición de oír y hacer
“las cosas escritas en los rollos”. (Rev 20:12.) Digamos que una persona murió
por haberse desangrado. ¿Volverá sin sangre? No, porque no podría vivir
con un cuerpo humano sin sangre. (Le 17:11, 14.) Más bien, recibirá un
cuerpo del agrado de Dios. Como la voluntad y el gusto de Dios es que la
persona resucitada obedezca las “cosas escritas en los rollos”, deberá tener un
cuerpo sano, que posea todas sus facultades. (Jesús resucitó a Lázaro con un
cuerpo entero y sano, aunque ya había empezado a descomponerse; Jn 11:39.) De
esta manera, toda persona podrá ser considerada, debida y justamente,
responsable de sus hechos durante el período de juicio. Sin embargo,
no será perfecto en el momento en que se le resucite, pues tendrá que
ejercer fe en el sacrificio de rescate de Cristo y recibir los servicios
sacerdotales de Cristo y su “sacerdocio real”. (1Pe 2:9; Rev 5:10; 20:6.)
‘Pasar de muerte a vida.’ Jesús habló de
los que ‘tienen vida eterna’ porque oyen sus palabras con fe y obediencia y
creen en el Padre que le envió. Dijo en cuanto a cada uno de ellos: “No entra
en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida. Muy verdaderamente les
digo: La hora viene, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz
del Hijo de Dios, y los que hayan hecho caso vivirán”. (Jn 5:24, 25.)
Los que han ‘pasado de la muerte a la vida ahora’
no son los que habían muerto literalmente y estaban en las sepulturas.
Cuando Jesús dijo estas palabras, toda la humanidad estaba condenada a muerte
ante Dios el Juez de todos. Por lo tanto, Jesús se refería a personas que
estaban muertas en sentido espiritual, a la clase de muertos espirituales que
debió tener presente cuando dijo al judío que quería ir primero a su casa a
enterrar a su padre: “Continúa siguiéndome, y deja que los muertos entierren a
sus muertos”. (Mt 8:21, 22.)
Los que se han hecho cristianos verdaderos se encontraron en un
tiempo entre las personas del mundo que estaban muertas espiritualmente. El
apóstol Pablo recordó a la congregación este hecho, diciendo: “A ustedes Dios
los vivificó aunque estaban muertos en sus ofensas y pecados, en los cuales en
un tiempo anduvieron conforme al sistema de cosas de este mundo [...].
Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, nos
vivificó junto con el Cristo, aun cuando estábamos muertos en ofensas —por
bondad inmerecida han sido salvados ustedes— y nos levantó juntos y nos sentó
juntos en los lugares celestiales en unión con Cristo Jesús”. (Ef 2:1, 2, 4-6.)
De modo que Jehová retiró su condenación debido a que ya
no andaban en ofensas y pecados contra Dios y por su fe en Cristo. Los
levantó de la muerte espiritual y les dio la esperanza de vida eterna. (1Pe
4:3-6.) El apóstol Juan describe este cambio de muerte en ofensas y pecados a
vida espiritual con estas palabras: “No se maravillen, hermanos, de que el
mundo los odie. Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, porque
amamos a los hermanos”. (1Jn 3:13, 14.)
Una bondad inmerecida de parte de
Dios. La provisión de la resurrección para la humanidad es realmente una
bondad inmerecida de Dios, pues Él no estaba obligado a suministrarla. Su
amor al mundo de la humanidad le impulsó a dar a su Hijo unigénito a fin de que
millones de personas —es más: miles de millones que han muerto sin tener un
verdadero conocimiento de Dios— pudieran recibir la oportunidad de conocerle y
amarle, y a fin de que los que le aman y le sirven puedan tener esta esperanza
e incentivo para aguantar con fidelidad, incluso hasta la muerte. (Jn 3:16.)
Con el fin de consolar a sus compañeros cristianos con la esperanza de la
resurrección, el apóstol Pablo escribió a la congregación de Tesalónica sobre
los que habían muerto con la esperanza de una resurrección celestial: “Además,
hermanos, no queremos que estén en ignorancia respecto a los que están
durmiendo en la muerte; para que no se apesadumbren ustedes como lo hacen
también los demás que no tienen esperanza. Porque si nuestra fe es que
Jesús murió y volvió a levantarse, así, también, a los que se han dormido en la
muerte mediante Jesús, Dios los traerá con él.” (1Te 4:13, 14.)
De igual manera, los cristianos no deben apesadumbrarse,
como les ocurre a los que no tienen esperanza, por aquellas personas
fieles a Dios que han muerto con la esperanza de vivir en la Tierra durante Su
Reino mesiánico o por los que han muerto sin haber conocido a Dios. Cuando se
abra el Seol (Hades), saldrán todos los que estén allí. La Biblia menciona a
muchos de los que allí se encuentran, entre ellos gente de los antiguos Egipto,
Asiria, Elam, Mesec, Tubal, Edom y Sidón. (Eze 32:18-31.) Jesús indicó que al
menos algunas personas impenitentes de Betsaida, Corazín y Capernaum estarán
presentes en el Día de Juicio. Aunque su actitud anterior hará muy difícil que
se arrepientan, se les dará la oportunidad de hacerlo. (Mt 11:20-24; Lu
10:13-15.)
El rescate se aplicará a
todos aquellos por los que
se ha pagado. La grandeza y
generosidad del amor y la bondad inmerecida de Dios al dar a su Hijo para que
‘todo el que crea en él tenga vida’ no permite una aplicación limitada del
rescate solo a los que Dios escoge para el llamamiento celestial. (Jn 3:16.) De
hecho, el sacrificio de rescate de Jesucristo no sería completo si
únicamente beneficiase a los que pasan a ser miembros del Reino de los cielos.
No cumpliría todo el propósito para el que Dios lo ha provisto, pues Él se
propuso que el Reino tuviera súbditos terrestres. Jesucristo no solo es el
Sumo Sacerdote de los sacerdotes que están con él, sino del mundo de la
humanidad que vivirá cuando sus asociados también gobiernen con él como reyes y
sacerdotes. (Rev 20:4, 6.) Él “ha sido probado en todo sentido igual que
nosotros [sus hermanos espirituales], pero sin pecado”. Por consiguiente, puede
condolerse de las debilidades de las personas que se esfuerzan a conciencia por
servir a Dios; y a sus reyes y sacerdotes asociados se les ha probado de la
misma manera. (Heb 4:15, 16; 1Pe 4:12, 13.) ¿A favor de quiénes
podrían ser sacerdotes, si no fuera a favor de la humanidad, entre la que se
cuenta a los que serán resucitados durante el reinado y juicio de mil años?
Los siervos de Dios han esperado ansiosos el día de la
resurrección. En el planteamiento de sus propósitos, Dios ha fijado el tiempo
exacto para ello, cuando su sabiduría y gran paciencia serán completamente
vindicadas. (Ec 3:1-8.) Tanto Dios como su Hijo pueden y desean efectuar la
resurrección y la completarán en ese tiempo fijado.
Jehová espera gozoso la
resurrección. Jehová y su Hijo deben esperar con gran gozo la
completa realización de esa obra. Jesús mostró esta disposición y deseo cuando
un leproso le suplicó: “‘Si tan solo quieres, puedes limpiarme.’ Con esto, él
se enterneció, y extendió la mano y lo tocó, y le dijo: ‘Quiero. Sé
limpio’. E inmediatamente la lepra desapareció de él, y quedó limpio”. Este
conmovedor incidente, que demuestra la bondad y el amor de Cristo a la
humanidad, se registró en tres evangelios. (Mr
1:40-42; Mt 8:2, 3; Lu 5:12, 13.) Y sobre el amor de Dios a la humanidad y su
deseo de ayudarla, el fiel Job reflexionó: “Si un hombre físicamente capacitado
muere, ¿puede volver a vivir? [...] Tú llamarás, y yo mismo te responderé.
Por la obra de tus manos sentirás anhelo”. (Job 14: 14, 15.)
Algunos no serán resucitados. Aunque es
verdad que el sacrificio de rescate de Cristo se ofreció para beneficio de toda
la humanidad, Jesús indicó que su verdadera aplicación estaría limitada. Dijo:
“Así como el Hijo del hombre no vino para que se le ministrara, sino para
ministrar y para dar su alma en rescate en cambio por muchos”. (Mt
20:28.) Jehová Dios tiene el derecho de negarse a aceptar un rescate a favor de
cualquiera que no considere merecedor. El rescate de Cristo cubre los
pecados cometidos como consecuencia de la herencia pecaminosa de Adán; pero una
persona puede añadir a esos pecados un proceder de pecado deliberado y
voluntario, en cuyo caso su muerte se debería a ese proceder que el rescate
no cubre.
El pecado contra el espíritu
santo. Jesucristo dijo que el que peque contra el espíritu santo
no tendrá perdón ni en este sistema de cosas ni en el venidero. (Mt
12:31, 32.) La persona que, según el juicio de Dios, peque contra el
espíritu santo en este sistema de cosas no obtendría ningún beneficio de
resucitar, pues como es imposible que se le perdonen los pecados, tal
resurrección resultaría inútil. Jesús dictó sentencia en el caso de Judas Iscariote
al llamarle “el hijo de destrucción”. A él no le aplicará el rescate, de
modo que no resucitará, pues su destrucción es una sentencia establecida
judicialmente. (Jn 17:12.)
Jesucristo dijo a sus opositores, los líderes religiosos judíos:
“¿Cómo habrán de huir del juicio del Gehena [un símbolo de destrucción
eterna]?”. (Mt 23:33; véase GEHENA.) Sus palabras indican que si no se
volvían a Dios antes de morir, recibirían un juicio final adverso. La
resurrección no tendría sentido para ellos, pues no les serviría de
nada. Ese también parece ser el caso del “hombre del desafuero”. (2Te
2:3, 8; véase HOMBRE DEL DESAFUERO.)
Pablo dice que los que han conocido la verdad, han sido
partícipes del espíritu santo y luego han apostatado, han caído en un estado
del que es imposible “revivificarlos otra vez al arrepentimiento, porque de
nuevo fijan en un madero al Hijo de Dios para sí mismos y lo exponen a
vergüenza pública”. El rescate ya no puede ayudarlos; por esa razón,
no serán resucitados. El apóstol los asemeja a un campo que solo produce
espinos y cardos, por lo que se le rechaza y al fin se le quema. Esto ilustra
el futuro que tienen ante ellos: aniquilación completa. (Heb 6:4-8.)
Pablo vuelve a manifestar que para los que “voluntariosamente
[practican] el pecado después de haber recibido el conocimiento exacto de la
verdad, no queda ya sacrificio alguno por los pecados, sino que hay cierta
horrenda expectación de juicio y hay un celo ardiente que va a consumir a los
que están en oposición”. Luego pone una ilustración: “Cualquiera que ha
desatendido la ley de Moisés muere sin compasión, por el testimonio de dos o
tres. ¿De cuánto más severo castigo piensan ustedes que será considerado digno
el que ha hollado al Hijo de Dios y que ha estimado como de valor ordinario la
sangre del pacto por la cual fue santificado, y que ha ultrajado con desdén el
espíritu de bondad inmerecida? [...] Es cosa horrenda caer en las manos
del Dios vivo”. El juicio es más severo porque a ellos
no solo se les da muerte y se les entierra en el Seol, como les sucedía a
los violadores de la ley de Moisés, sino que van al Gehena, de donde
no hay resurrección. (Heb 10:26-31.)
Pedro indica a sus hermanos que por ser “casa de Dios”, están
bajo juicio, y luego cita de Proverbios 11:31 (LXX) y les advierte del
peligro de la desobediencia. En esos versículos muestra que el juicio actual de
ellos podría finalizar con una sentencia de destrucción eterna, tal como Pablo
había escrito. (1Pe 4:17, 18.)
El apóstol Pablo también menciona que algunos “sufrirán el castigo
judicial de destrucción eterna de delante del Señor y de la gloria de su
fuerza, al tiempo en que él viene para ser glorificado con relación a sus
santos”. (2Te 1:9, 10.) Estas personas no sobrevivirán para hallarse
bajo el reinado milenario de Cristo, y como su destrucción es “eterna”,
no serán resucitados.
Resurrección durante los mil años. Se
calcula que la cantidad de personas que han vivido en la Tierra asciende a unos
20.000 millones. Este es un cálculo muy liberal, y muchos estudiosos de la materia
creen que el total ni siquiera se aproxima a esa cifra. Como ya se ha mostrado
anteriormente, no todas esas personas resucitarán, pero aun
suponiendo que así fuera, no se producirían problemas alimentarios ni de
habitabilidad del planeta. La tierra seca tiene una superficie de unos 148
millones de Km2 (14.800 millones de hectáreas). Incluso si se
dedicara la mitad de esa superficie a otros propósitos, todavía le
correspondería a cada persona más de la tercera parte de una hectárea. Esta
superficie bastaría para proveer alimento a una persona, sobre todo si se tiene
en cuenta que, como ya quedó demostrado en el caso de la nación de Israel, la
bendición de Dios resulta en abundancia de alimento. (1Re 4:20; Eze 34:27.)
Con respecto a la cuestión de si la Tierra podrá producir
suficiente alimento, la Organización de las Naciones Unidas para la
Alimentación y la Agricultura sostiene que con solo algunas mejoras básicas en
la agricultura, la Tierra podría alimentar hasta nueve veces la población que
se prevé para el año 2000, incluso en las zonas en desarrollo. (Land, Food and People, Roma, 1984, págs. 16, 17.)
Pero, ¿cómo se podrá atender adecuadamente a los miles de
millones de resucitados, si se tiene en cuenta que la mayoría de ellos
no conocían a Dios en el pasado y deberán aprender a conformarse a Sus
leyes? En primer lugar, la Biblia dice que el reino del mundo llega a ser “el
reino de nuestro Señor y de su Cristo, y él [reina] para siempre jamás”. (Rev
11:15.) Y el principio bíblico indica que “cuando hay juicios procedentes de
[Jehová] para la tierra, justicia es lo que los habitantes de la tierra
productiva ciertamente aprenden”. (Isa 26:9.) A su debido tiempo, cuando sea
necesario hacérselo saber a Sus siervos, Dios revelará cómo se propone realizar
esta obra. (Am 3:7.)
¿Cómo será posible resucitar
y educar en solo mil
años a los millones de
personas que en la actualidad
están muertas?
Supongamos, no con ánimo de profetizar, sino únicamente a
modo de ejemplo, que la “gran muchedumbre” de personas justas que sobreviven a
“la gran tribulación” (Rev 7:9, 14) se compone de unos 3.000.000 de
personas (aproximadamente 1/1666 de la población mundial actual). Si
tras permitir unos cien años para su formación y para que ‘sojuzguen’ parte de
la Tierra (Gé 1:28), Dios decidiese devolver a la vida a un 3% de esa cantidad,
entonces por cada resucitado, habría 33 personas que podrían atenderle. Puesto
que un incremento anual del 3% duplica la cantidad aproximadamente cada
veinticuatro años, el número total de 20.000 millones de personas podría
resucitar antes de que hubiesen transcurrido cuatrocientos años del Reino de
mil años de Cristo, con lo que se daría suficiente tiempo para educar y juzgar
a los resucitados sin afectar la armonía ni el orden de la Tierra. De esta
manera, Dios, con su poder y sabiduría infinitos, puede llevar su propósito a
un fin glorioso dentro del marco de las leyes y disposiciones que ha dado a la
humanidad desde su comienzo, con la bondad inmerecida añadida de la
resurrección. (Ro 11:33-36.)