¿Por qué decretó Jehová el
exterminio de los cananeos?
El registro histórico muestra que las poblaciones de las
ciudades cananeas que conquistaron los israelitas fueron destruidas por
completo. (Nú 21:1-3, 34, 35; Jos 6:20, 21; 8:21-27; 10:26-40;
11:10-14.) Por este motivo algunos críticos han acusado a las Escrituras
Hebreas o “Antiguo Testamento” de estar imbuidas de un espíritu de crueldad y
matanza desenfrenada. No obstante, la cuestión es si se reconoce o
no la soberanía de Dios sobre toda la Tierra y sus habitantes. Mediante un
pacto juramentado, había entregado el derecho de tenencia de la tierra de
Canaán a la ‘descendencia de Abrahán’. (Gé 12:5-7; 15:17-21; compárese con Dt
32:8; Hch 17:26.) No obstante, Dios se proponía más que solo desahuciar o
desposeer a los habitantes de aquella tierra. Él tiene el derecho de actuar
como “Juez de toda la tierra” (Gé 18:25) y decretar la sentencia de pena
capital sobre los que, según Él, lo merezcan, como también de hacer cumplir la
ejecución de tal sentencia por los medios que desee emplear.
Las condiciones que habían llegado a existir entre los cananeos
para el tiempo de la conquista israelita prueban fuera de toda duda la justicia
de la maldición profética de Dios sobre Canaán. Jehová había permitido que
pasaran cuatrocientos años desde el tiempo de Abrahán para que ‘quedase
completo el error de los amorreos’. (Gé 15:16.) El hecho de que las esposas
hititas de Esaú fuesen una “fuente de amargura de espíritu para Isaac y Rebeca”
hasta el punto de que esta había ‘llegado a aborrecer su vida a causa de
ellas’, ciertamente es una prueba de la maldad que ya manifestaban los
cananeos. (Gé 26:34, 35; 27:46.) En los siglos siguientes, la tierra de
Canaán llegó a estar saturada de prácticas detestables de idolatría, inmoralidad
y derramamiento de sangre. La religión cananea era degradada en extremo, sus
“columnas sagradas” posiblemente eran emblemas fálicos y en muchos de los ritos
que practicaban en los “lugares altos” se entregaban a la lujuria y a otras
formas de depravación. (Éx 23:24; 34:12, 13; Nú 33:52; Dt 7:5.) El
incesto, la sodomía y la bestialidad formaban parte de ‘la manera de obrar de
la tierra de Canaán’; estas prácticas hicieron inmunda la tierra, por cuyo
error era inevitable que se ‘vomitara a sus habitantes’. (Le 18:2-25.) La
magia, la hechicería, el espiritismo y el sacrificio de los hijos en el fuego
eran algunas de las prácticas detestables cananeas. (Dt 18:9-12.)
Baal era la deidad más importante que adoraban los cananeos.
(Jue 2:12, 13; compárese con Jue 6:25-32; 1Re 16:30-32.) Un texto egipcio
representa a las diosas cananeas Astoret (Jue 2:13; 10:6; 1Sa 7:3, 4),
Aserá y Anat como diosas madre y, a la vez, prostitutas sagradas, que,
paradójicamente, no perdían su virginidad (literalmente, “las grandes
diosas que conciben, pero no dan a luz”). Su adoración al parecer siempre
incluía la prostitución en los templos. Las diosas no solo simbolizaban la
lujuria, sino también la guerra y la violencia sádica. Por ello, en el Poema de
Baal hallado en Ugarit se dice que la diosa Anat realizó una gran matanza y
luego se adornó con las cabezas de los muertos y colgó de su cinto las manos de
estos, mientras se bañaba gozosamente en su sangre. Las figurillas de la diosa
Astoret descubiertas en Palestina la representan desnuda y con los órganos
sexuales groseramente exagerados. El arqueólogo W. F. Albright hace
la siguiente observación sobre su adoración fálica: “En su peor
momento, [...] el aspecto erótico de su culto debe haberse sumido en
profundidades extremadamente sórdidas de degradación social”. (Archaeology and the Religion of Israel,
1968, págs. 76, 77;
véanse ASTORET; BAAL núm. 4.)
Además de otras prácticas degradantes, también se hacían
sacrificios de niños. Según Merrill F. Unger, “las excavaciones realizadas
en Palestina han puesto al descubierto montones de cenizas y restos de
esqueletos infantiles en cementerios situados cerca de altares paganos, lo que
indica lo extendida que estaba esta práctica cruel y abominable”. (Archaeology and the Old Testament,
1964, pág. 279.) La obra Compendio Manual de la Biblia
(de Henry H. Halley, 1985, pág. 157) dice: “Los cananeos, pues, adoraban
cometiendo excesos inmorales en presencia de sus dioses, y luego asesinando a
sus hijos primogénitos como sacrificio a estos mismos dioses. Parece que en
gran parte, la tierra de Canaán había llegado a ser una especie de Sodoma y
Gomorra en escala nacional. [...] ¿Tenía derecho a seguir viviendo una
civilización de semejante inmundicia y brutalidad? [...] Los arqueólogos que
cavan en las ruinas de las ciudades cananeas se preguntan por qué Dios
no las destruyó mucho antes”. (GRABADO. vol. 1, pág. 739.)
En algunas ocasiones Jehová ha ejercido su derecho soberano de
ejecutar la sentencia de muerte sobre gente inicua: en el diluvio global tal
sentencia incluyó a casi toda la población humana, aniquiló el entero distrito
de las ciudades de Sodoma y Gomorra debido al ‘clamor de queja acerca de ellas
y su gravísimo pecado’ (Gé 18:20; 19:13), destruyó las fuerzas militares de
Faraón en el mar Rojo y hasta exterminó las casas de Coré y otros rebeldes
israelitas. En estos casos, Dios utilizó fuerzas naturales para llevar a cabo
la destrucción; sin embargo, en el caso de Canaán asignó a los israelitas el
deber sagrado de ser los ejecutores principales de su decreto divino, guiados
por su mensajero angélico y respaldados por su fuerza todopoderosa. (Éx
23:20-23, 27, 28; Dt 9:3, 4; 20:15-18; Jos 10:42.) Por otra parte,
para los cananeos los resultados fueron exactamente los mismos que si Dios los
hubiera destruido mediante algún fenómeno natural, como un diluvio, un fuego o
un terremoto, y el hecho de que fuesen agentes humanos los que dieran muerte a
los pueblos condenados, por muy desagradable que pudiera parecer su misión,
no altera la justicia de esa acción ordenada por Dios. (Jer 48:10.) Al
usar a los israelitas como instrumento humano para luchar contra “siete
naciones más populosas y más fuertes” que ellos, se enalteció el poder de
Jehová y se demostró su divinidad. (Dt 7:1; Le 25:38.)
Los cananeos no ignoraban las muchas pruebas de que Israel
era el pueblo de Dios y el instrumento que Él había escogido. (Jos
2:9-21, 24; 9:24-27.) Sin embargo, con la excepción de Rahab, su familia y
las ciudades de los gabaonitas, no hubo quien buscara misericordia ni se
valiera de la oportunidad de huir. Todos los que fueron exterminados habían
decidido endurecerse rebeldemente contra Jehová. Él no los obligó a
someterse y rendirse ante su voluntad expresada, sino, más bien, “[dejó] que se
les pusiera terco el corazón, para que declararan guerra contra Israel, a fin
de que él los diera por entero a la destrucción, para que no llegaran a
recibir consideración favorable, sino para que los aniquilara” al ejecutar su
juicio contra ellos. (Jos 11:19, 20.)
Con sabiduría, Josué “no quitó una palabra de todo lo que Jehová
había mandado a Moisés” en cuanto a la destrucción de los cananeos. (Jos
11:15.) Sin embargo, la nación israelita no siguió su buena dirección y
no eliminó por completo lo que contaminaba la tierra. Se toleró la
presencia de los cananeos, presencia que afectó a Israel y que con el tiempo
sin duda provocó más muertes (sin mencionar la violencia, inmoralidad e
idolatría) que las que se hubieran producido si el decreto de exterminio de
todos los cananeos se hubiera efectuado con fidelidad. (Nú 33:55, 56; Jue
2:1-3, 11-23; Sl 106:34-43.) Jehová había advertido a los israelitas que Su
justicia y Sus juicios no serían parciales, de modo que si se relacionaban
con los cananeos, se casaban con ellos, aceptaban su religión y adoptaban
costumbres religiosas y prácticas degeneradas, no podrían evitar recibir
la misma sentencia de aniquilación y también serían ‘vomitados de la tierra’.
(Éx 23:32, 33; 34:12-17; Le 18:26-30; Dt 7:2-5, 25, 26.)
Jueces 3:1, 2 dice que Jehová permitió que algunas de las
naciones cananeas permaneciesen “para probar a Israel mediante ellas, es decir,
a cuantos no habían tenido la experiencia de pasar por ninguna de las
guerras de Canaán; fue solamente para que las generaciones de los hijos de Israel
tuvieran la experiencia, para enseñarles la guerra, es decir, solo a aquellos
que antes de eso no habían experimentado tales cosas”. Esta declaración
no está en contradicción con los versículos anteriores (Jue 2:20-22), que
dicen que Jehová permitió que estas naciones se quedaran debido a la
infidelidad de los israelitas y para ‘probar a Israel mediante ellas, para ver
si serían personas que guardaran el camino de Jehová’. Por el contrario,
muestra que debido a la permanencia de algunas naciones cananeas, las
generaciones posteriores de israelitas tendrían la oportunidad de demostrar
obediencia a los mandamientos de Dios con respecto a los cananeos, poniendo a
prueba su fe hasta el punto de arriesgar la vida guerreando contra ellos.
En vista de lo antedicho, se hace patente que el punto de vista
de algunos críticos sobre la incompatibilidad de la destrucción de los cananeos
con el espíritu de las Escrituras Griegas Cristianas no armoniza con los
hechos, como también demuestra un examen de los siguientes textos: Mateo
3:7-12; 22:1-7; 23:33; 25:41-46; Marcos 12:1-9; Lucas 19:14, 27; Romanos
1:18-32; 2 Tesalonicenses 1:6-9; 2:3; Revelación 19:11-21.
Historia posterior. Después de la conquista, los cananeos y
los israelitas con el tiempo lograron una coexistencia relativamente pacífica,
aunque en detrimento de Israel. (Jue 3:5, 6; compárese con Jue 19:11-14.)
Unos tras otros, los gobernantes sirios, moabitas y filisteos consiguieron
dominar por un tiempo a los israelitas, pero los cananeos no estuvieron en
posición de subyugar a Israel durante veinte años hasta el tiempo de Jabín,
llamado “el rey de Canaán”. (Jue 4:2, 3.) Después que Barac infligió una
derrota definitiva a Jabín, las amenazas a Israel procedieron sobre todo de
pueblos no cananeos, como los madianitas, los ammonitas y los filisteos.
Del mismo modo, la única tribu cananea que se menciona brevemente durante el
tiempo de Samuel son los amorreos. (1Sa 7:14.) El rey David expulsó a los
jebuseos de Jerusalén (2Sa 5:6-9), pero sus mayores campañas se dirigieron
contra los filisteos, los ammonitas, los moabitas, los edomitas, los
amalequitas y los sirios. Así se ve que los cananeos, aunque todavía poseían
ciudades y ocupaban tierras en el territorio de Israel (2Sa 24:7, 16-18),
habían dejado de ser una amenaza militar. David incluso tuvo dos guerreros
hititas en sus fuerzas de combate. (1Sa 26:6; 2Sa 23:39.)
Durante su gobernación, Salomón sometió a trabajos forzados a
los que quedaban de las tribus cananeas (1Re 9:20, 21), y llegó con sus
obras de construcción incluso hasta la ciudad cananea de Hamat, situada muy al
N. (2Cr 8:4.) Sin embargo, más tarde las esposas cananeas contribuyeron a la
caída de Salomón, a que su heredero perdiera gran parte del reino y a la
corrupción religiosa de la nación. (1Re 11:1, 13, 31-33.) Desde el reinado de
Salomón (1037-998 a. E.C.) hasta el de Jehoram de Israel (c. 917-905
a. E.C.), al parecer solo la tribu de los hititas siguió siendo
importante y gozando de poder militar, aunque debió estar situada al N. de
Israel, cerca de la frontera siria o ya dentro de territorio sirio. (1Re 10:29;
2Re 7:6.)
Los matrimonios con cananeas siguieron constituyendo un problema
para los israelitas después del exilio babilonio (Esd 9:1, 2), pero parece
ser que los reinos cananeos, incluso los hititas, se habían desintegrado ante
las agresiones de Siria, Asiria y Babilonia. El término “Canaán” llegó a
referirse sobre todo a Fenicia, como en la profecía de Isaías sobre Tiro (Isa
23:1, 11, nota) y en el caso de la mujer “fenicia” (literalmente, cananea
[gr. kja·na·nái·a]) de la región de Tiro y Sidón que se dirigió a Jesús.
(Mt 15:22, nota; compárese con Mr 7:26.)
Importancia comercial y geopolítica. El
territorio de Canaán conectaba Egipto con Asia y, en particular, con
Mesopotamia. Aunque básicamente la economía del país era agrícola, también se
practicaba el comercio. Las ciudades portuarias de Tiro y Sidón, por ejemplo,
se convirtieron en importantes centros comerciales, con flotas que se hicieron
famosas por todo el mundo conocido de aquel entonces. (Compárese con Eze 27.)
Por este motivo, ya en tiempo de Job la palabra “cananeo” llegó a ser sinónima
de ‘comerciante’ o ‘mercader’, y así es como se traduce. (Job 41:6, NM;
Sof 1:11, NC; obsérvese también la referencia a Babilonia como “la tierra
de Canaán” en Eze 17:4, 12.) Canaán ocupaba un lugar muy estratégico en la
Media Luna Fértil y fue el objetivo de los grandes imperios de Mesopotamia,
Asia Menor y África, que intentaban controlar los pasos militares y el tráfico
comercial por sus confines. De este modo, el que Dios situara a su pueblo
escogido en esta tierra con toda seguridad atraería la atención de las naciones
y tendría efectos de largo alcance; en sentido geográfico, y en especial en
sentido religioso, se podía decir que los israelitas moraban “en el centro de
la tierra”. (Eze 38:12.)
Idioma. Aunque el registro bíblico muestra con claridad que los
cananeos eran de origen camítico, la mayoría de las obras de referencia les
atribuyen un origen semita. Esto se debe a la creencia de que hablaban un
idioma semítico, creencia basada en la gran cantidad de textos encontrados en
Ras Shamra (Ugarit) escritos en un lenguaje o dialecto semita, siendo los más
antiguos posiblemente del siglo XIV a. E.C. Sin embargo, parece ser
que Ugarit no estaba dentro de los límites bíblicos de Canaán. Un artículo
de A. F. Rainey en The Biblical Archaeologist
(1965, pág. 105) dice que sobre la base étnica, política y, probablemente,
lingüística, “ahora es una clara equivocación llamar ciudad ‘cananea’ a
Ugarit”. Además, presenta otras pruebas que muestran que “Ugarit y la tierra de
Canaán eran entidades políticas separadas y distintas”. De modo que las
susodichas tablillas no proveen ninguna pauta clara para determinar qué
lenguaje hablaban los cananeos.
Muchas de las tablillas de el-Amarna halladas en Egipto proceden
de ciudades de Canaán, y estas tablillas, que son anteriores a la conquista
israelita, están escritas sobre todo en babilonio cuneiforme, un lenguaje
semítico. No obstante, este era el lenguaje diplomático de todo el Oriente
Medio en aquel tiempo, usado incluso para escribir a la corte egipcia. Es de
particular interés notar que The Interpreter’s Dictionary of
the Bible (edición de G. A. Buttrick, 1962,
vol. 1, pág. 495) dice que “las Cartas de el-Amarna contienen indicios de
que en Palestina y Siria se asentaron elementos étnicos no semitas
desde fechas bastante tempranas, pues varias de estas cartas muestran una
notable influencia de lenguas no semitas”
(cursivas nuestras). En definitiva, aún hay incertidumbre en cuanto a cuál era
el lenguaje original que hablaban los primeros habitantes de Canaán.
Es cierto, no obstante, que el relato bíblico mismo parece
mostrar que Abrahán y sus descendientes podían comunicarse con los habitantes
de Canaán sin necesidad de intérpretes, y también puede notarse que, aunque se
usan algunos nombres geográficos no semitas, la mayoría de las ciudades y
los pueblos que conquistaron los israelitas ya tenían nombres semitas. Por otra
parte, a los reyes filisteos del tiempo de Abrahán, y probablemente también a
los del tiempo de David, se les llamaba “Abimélec” (Gé 20:2; 21:32; Sl 34,
encab.), un nombre, o título, totalmente semita, y nunca se ha alegado que los
filisteos fueran una raza semita. Así que lo que posiblemente sucedió es que
las tribus cananeas cambiaron su lenguaje camítico original a una lengua
semítica en los siglos posteriores a la confusión de las lenguas en Babel. (Gé
11:8, 9.) Esto pudo suceder debido a la relación que tuvieron con los
pueblos de habla aramea de Siria durante el período de dominación mesopotámica
o por otras razones desconocidas en la actualidad. Un cambio como este
no sería mayor que el que sufrieron otros pueblos de la antigüedad, como
el persa, que aunque pertenecía a la familia indoeuropea (jafética), más tarde
adoptó tanto el lenguaje arameo semítico como su escritura.
“El
lenguaje de Canaán” al que se hace referencia en Isaías 19:18 sería para
entonces (siglo VIII a. E.C.) el hebreo, el idioma principal que se
hablaba en la zona.